lunes, 4 de mayo de 2009

¿Angel o Demonio?

Hoy felizmente se agota el miedo a mi nombre, ya casi nadie me temería incluso en un encuentro frente a frente, en sueños o en coreografías de algún thriller.

Antes era más divertido ver poblaciones enteras temblar de terror con sólo insinuar mi posible asomo e influencia en los pecadores y pecadoras. No niego que aún quedan unos cuantos miles de tías menopáusicas que creen en mi ferocidad e implacable maldad. Pero la verdad a secas es que ni los niños de hoy se asustan con mi presencia.

Crudamente debo decir que la mayoría de los que han podido visualizarme creen que soy una imagen esquizofrénica, un nostálgico recuerdo de un pasado colegial lleno de castigos, cursos desaprobados redimidos por el tiempo que todo lo convierte en recuerdos.

La verdad es que ya no estoy de moda como en aquellos tiempos en que la maquinaria del poder religioso sentenciaba a muerte a los blasfemos. Y creo de corazón que es mejor así, pues el dolor de cientos de miles de inocentes quemados vivos en la hoguera por supuestos pactos conmigo, sin ser ciertos ni posibles, han generado todo un desprestigio de mi imagen siglo a siglo, aparte del derramamiento de sangre cruel, manipulador e imperdonable.
Esos sí que eran demonios.

Es cierto que tuve una caída muy fuerte en mi evolución espiritual, tanto así que producto de ese fatal momento nació en mí lo que ustedes llaman mente. Fue desde ese momento que me creí sabio y muy poderoso, a tal punto que creí que mi amado Dios también poseía mente y entonces discutí con Él diversos temas filosóficos.

Mi deseo final era tener la razón. De hecho fue una experiencia necesaria en mi existencia, llena de ilusiones mentales, racionales, holísticas y filosóficas. Mi corazón se transformó en un metal helado; descubrí que podía crear pensamientos complejos y difíciles de rebatir. Realmente divertido.

Los demás ángeles apenados de mi euforia y soberbia me dejaron evolucionar, con mucho amor permitieron que libremente tome conciencia de mi error. Y así fué.

Demoré en darme cuenta del absurdo valor que le dí a esta experiencia mental, al futil uso de los pensamientos, ideas, visiones creadas por la ilusión enmarañada de creencias que fuí adoptando sin sospechar ni advertir que había creado un castillo neurótico lleno de falsas ilusiones.

Indescriptible la ansiedad que generaba tener la razón, terrible la espera del juicio aprobatorio que deseaba de los demás. Me convertí en un mitómano de mis elucubradas ilusiones.

Hasta que un día tuve la suerte de encontrarme con todo un grupo de ángeles que acababan su misión de rescate de la oración profunda en un pueblito olvidado de la antigua Mesopotamia. Sentí en todos la alegría de encontrarme y por cierto me olvidé de todas mis mentalizaciones y gocé cada instante del encuentro. Les confieso que jamás tocamos tema alguno de mi experiencia o siquiera se asomaron a insinuar algo sobre mi nuevo estilo de vida. Sólo nos dedicamos a pasar un momento lleno de vida, alegría y amistad.

Desde aquel día el poder de mi mente se vió menguado, apaleado, deteriorado por la hermosa vibración que viví por una horas con mis amigos Gabriel, Miguel y muchos otros más. ¿Qué más puedo decirles? Ya deben adivinar lo que vino después; todo ese castillo de pensamientos difíciles, creencias místicas complejas, y creencias absorbidas de distintas culturas humanas, se desplomaron en un ruidoso estruendo emocional, mi corazón empezó a fluir y a tomar las riendas nuevamente de mi existencia.

Descubrí que la amistad, un arte más difícil que el amor, es mi sendero para con todos; sentirme amado por mis ángeles amigos, a pesar de mi desvío, fue la lección más hermosa que me pudo ocurrir.

Hoy me podrás ver en un café o en el teatro, tal vez saliendo del cine y jamás pensarás que soy ese demonio tan promocionado. Mi misión es clara y simple ahora, debo mi experiencia contar para que todos aprendan de mi caída o cuando menos la tengan como advertencia.

Con mucha luz en tu día,


L.C.
Foto: Luizo Vega (Colección personal).