martes, 28 de abril de 2009

Amanecer Amante.

Está amaneciendo y caminé hasta esta montaña para ver la ciudad despertar, el aire se cuela por las mangas y con un cigarro disimulo los temblores helados de mi cuerpo. La ciudad de Cusco es mágica.

En realidad me alejo de unos lazos de color azul y verde; es la distancia que me centra y concede panorama con todos los colores del arco iris. Y el aire que penetra en mis pulmones lleva el aroma del eucalipto que abunda en el bosque, también puedo sentir la mirada del tirano, del transformador Inca Pachacutec, igual de poderoso como mi destino.

Sé que no hay nada nuevo bajo el sol, pero también experimento en cada instante una nueva e infinita posibilidad de vivir, cierta, incierta, previsible e imprevisible. El tiempo pasa, las estrellas se van despidiendo, el sol va tomando posesión de todas las tinieblas, la luz se vuelve intensa, me llena y mi aliento se vuelve tibio.

Gotas de rocío, prendidas de las hojas con ambiciones de vivir unas horas más, luchan contra la evaporación, que cruel las extingue con millones de rayos. Así ocurre con mis miedos, dolores y dudas que todavía prendidos quieren aferrarse a las principales vías de mi presente.

Pero nada ni nadie puede contra el amanecer, ni este bosque de los pensamientos, ni el dolor más grande, porque todo es tinieblas frente a la luz de nuestro hermano sol, la oscuridad siempre fallece con su sola presencia.

Cantan las aves, percibo el aleteo de las mariposas y mi corazón vuela llevándome para siempre al territorio de la resilencia donde hay un lago fantástico que refleja mi imagen, alegre, danzando y llena de brillos.

Ahí en este paisaje presiento que tú me estás siguiendo, con sigilo, con pasión escondida, vienes desde ese gran almacén de todos los que fuimos, de todos los que una vez dimos todo sin saber que un rayo atravesaría nuestras entrañas. Y la verdad es que desde que conocí tu mirada lapislázuli supe que éramos almas de una misma promesa, del mismo grupo del rayo lunar.

Regreso al lago y le pregunto ¿dónde están las palabras que deberé pronunciar? ¿Dónde están los versos que más le gustan? Me responde con una brisa húmeda diciendo: esta noche de luna llena haremos juntos un hechizo de luz, ven con tu cuerpo desnudo, sin ideas, recuerdos ni pensamientos, sólo trae tu limpio corazón, esa será tu mejor ofrenda.

El sol se fue, llegó la hora, me desnudo, me impaciento, doy saltos de pasión, danzo con plegarias, abandono mis apegos, ideas, pensamientos y recuerdos. Ahí está el lago solitario y sabio esperándome, la luz de la luna atraviesa mi piel, también ella desea mi transformación. Siento que el lago me envuelve de humedad, entro en trance y veo como la luna le entrega 10,000 rayos al espíritu del lago que los mezcla con la brisa y la humedad para penetrarme cual brebaje desde la coronilla hasta los pies.

Unas voces acuáticas repiten 3 veces al unísono: Yo soy y finalmente encuentro mi auténtico elemento en esta vida. Miles de presencias antes invisibles se aparecen ante mis sentidos, corren, saltan, gritan conjuros, me adiestran y enseñan a soltar, abandonar y cortar con el pasado, con el dolor y tantos miedos.

La paz envuelve todo el lago, la luna sonríe y el silencio regresa.

Está a punto de amanecer, atisban los primeros rayos del sol, mis cicatrices están selladas, siento el poder de mi corazón, y aunque no estás a mi lado, siento tu mirada, veo tu esperanza, voy ahora envuelto en milagros al encuentro de tú destino con el mío.

L.C.